jueves, 25 de diciembre de 2014

Ultras, fútbol y política.

Hablar del fútbol es hablar del deporte tradicional de la clase obrera, es hablar de un deporte de equipos y por tanto de afinidad pero también de rivalidades en torno a él. Un deporte de masas en el que poco tardaron en darse grupos o sectores con una forma distinta de verlo y sentirlo respecto a los aficionados que lo viven de forma más tranquila. Desde los hooligans ingleses con una actitud mucho más hermética y ligada a la violencia, los tifossi italianos con una masa social más amplia y más enfocada a la animación hasta los ultras españoles que han ido recogiendo tradiciones de distintos países.
Seguramente todas estas tradiciones tengan un origen común, ese sentimiento de pertenencia a un equipo y por tanto a un grupo, el orgullo, la unión, la amistad, etc. Un sentimiento de pertenencia que se ha canalizado de muchas formas a lo largo de la historia, muchas veces de forma violenta, consecuencia quizás de la violencia a la que esa Inglaterra industrializada sometía a los barrios pobres marginados, violencia que cada fin de semana se volcaba en las calles y en las gradas entre los distintos aficionados. También podría ser una violencia producto del abandono de una juventud amuermada por sus rutinarias vidas, de una juventud asqueada del ambiente decadente que por ejemplo se daba en la España de los 80, momento en que surge el movimiento ultra en este país, momento caracterizado socialmente por el paro, la delincuencia juvenil y el fuerte consumo de drogas. Muchos factores podrían provocar esta canalización violenta del fútbol pero existe un denominador común en quien la provoca: chavales de clase obrera, chavales y no tan chavales a los que les gusta vivir el fútbol como viven su trabajo y sus estudios: sentados ordenadamente y calladitos.
Desde Millwall a Madrid pasando por Milan la clase trabajadora ha plasmado las frustraciones de sus rutinarias vidas dentro y fuera de los estadios y con ello ha hecho política pero el panorama ha cambiado mucho desde los orígenes de esta forma de entender el fútbol y ha variado mucho de las originales Firms de los hools británicos a los actuales grupos ultras del estado español.
Estos movimientos se han politizado, más de lo que ya estaban, muchos grupos han asumido una actitud activa dentro de esta subcultura que constituye el movimiento ultra o hooligan, poco a poco muchos grupos a lo largo de Europa han asumido una conciencia de clase que les permite ir mucho más allá de una pelea con el grupo del equipo rival, les permite entender quien provoca las frustraciones de sus vidas, asumiendo como propias luchas por ejemplo contra "el fútbol negocio" el racismo o los desahucios y cuando esto pasa la criminalización de las empresas de información se hace mayor, ya que lo que interesa son aficionados pasivos y sumisos. Por ello también se iguala desde las televisiones y periódicos a todo tipo de grupos ultras, sin importar que hay detrás.
Cuando el fútbol es mucho más que fútbol, cuando las agresiones racistas o xenófobas se trasladan a las calles, ni a los clubes ni a la policía ni a la prensa les interesa hacer un análisis profundo de la situación, no interesa hablar de grupos fascistas que realizan palizas organizadas a inmigrantes, ni interesa hablar de grupos que organizan partidos contra el racismo, solo interesa hablar de ultras, radicales y matones.
Pero para ganar la batalla al fútbol negocio, a los medios y a las grupos nazis solo podemos politizar más el fútbol, canalizar más nuestra rabia contra esas empresas que no solo nos machacan en el trabajo si no que pervierten nuestro fútbol y nuestros clubes convirtiéndolos en negocio, entender la violencia como una mera herramienta para echar a los grupos nazis de los estadios, evitando la violencia gratuita hacia otros aficionados que solo constituye una actitud pequeño-burguesa e infantil.
Empoderándonos para conseguir que el fútbol se de por y para los y las aficionadas y recobre su único y verdadero espíritu.